- AQUELLA CHICA DE LA UNIVERSIDAD
Bueno. Esto no lo vi en la calle, lo vi en una Universidad a la que fui de visita para encontrarme con un amigo. Mientras esperaba que él termine su clase, me senté en el pasto y empecé a comer unos chocolates que me quedaban.
Un par de metros más allá (delante de mí), estaba una pareja en evidente tensión, uno al lado del otro, pero no hablaban. La chica tenía las orejas rojas y el cuello algo rojizo también; se alcanzaba a ver claramente por lo ligero de su ropa. Me preguntaba por qué no se iban cada uno a su casa, si estaban así de incómodos. Seguí comiendo chocolates.La chica hizo un ademán de querer levantarse e irse, y me di cuenta con horror que el tipo estaba sentado sobre la mano izquierda de la chica. Y no solo eso, pisaba el pie izquierdo de ella con su pie derecho. Ella luchaba por levantarse de una manera digna, luchando contra la presión, pero cuando pudo hacerlo apenas, él puso su brazo alrededor de su cuello, en un gesto nada romántico, sino más bien de una violencia que me dejó perpleja. La trajo hacia su pecho y vi como hundió su nudillo con fuerza en su costilla. Con tanta fuerza que la hizo retorcerse.
Éramos varios los que estábamos al rededor: cualquiera de nosotros hubiera podido intervenir. El grupo que reía y cantaba más allá, el joven de lentes que leía, o yo que solo los miraba. Ninguno hizo nada. ¿Por qué? No sé, hay muchas cosas que me encantaría preguntar a mi "yo" de dieciocho años.
Dejé de mirarlos y le di la espalda pensando: "Eso ni cagando me pasaría a mi. Yo no me dejaría maltratar así. Pobrecita".
Mi amigo salió como a los veinte minutos a darme el encuentro, y me olvidé del tema hasta hoy.
- YO
En un burdo intento de "romantizar" (si existe el término), las evidentes muestras de violencia de pareja, las mujeres hemos llegado a normalizar actitudes que jamás deberíamos permitir. No es nada nuevo lo que digo, lo que quiero es contar mi experiencia.
Yo amaba a ese hombre. Lo digo porque en serio jamás deseé para nadie la felicidad que le deseé a él y que quise proporcionarle en la medida de mis posibilidades. Luego todo cambió y creo que yo dejé de amarlo. ¿Por qué? Simple: quien te ama no te lastima deliberadamente. Y yo lo hice con él, tanto como él conmigo.
Creo que no me equivoco cuando digo que él empezó a maltratarme. Se volvió loco de celos, y en lugar de darme cuenta de cuan enfermizo podía volverse eso -como de hecho se volvió-, jugué a la idea romántica de "este hombre se volvió loco por mí". Me la creí. Por años. Creyendo que como él sufría, yo también tenía que aguantar el sufrimiento. "Así es el amor", me dijeron mis amigas. Cuando apareció mi exnovio a intentar crearle inseguridades, logró romper la estabilidad de su psique, y en el camino destruyó la mía.
Nunca levantó su mano para ejercer una agresión física contra mí. Sin embargo, conviví demasiado tiempo con el hecho de sentirme de lo peor por haber estado con alguien antes de estar con él. Aguanté insultos, desplantes, gritos, llamadas psicóticas, que controle mis salidas, a quién veía, las prendas que usaba y todo el tipo de violencia psicológica que se puedan imaginar. ¿La razón? En ese momento de mi vida estaba segura de que él también sufría: él lloraba tanto o más que yo. Pensaba en lo auténtico de su dolor, que su maltrato era sólo producto de no saber manejar su frustración: le perdoné todo.En algún momento hubo un quiebre dentro de mí: dejé de aguantar todo y empecé a responder. Me enfermé también y en lugar de alejarme, convertí la rabia y el dolor en violencia. Cada palabra ofensiva para mí, se convertía en un golpe para él. Estuvimos matándonos poco a poco, destruyendo nuestra fe en las relaciones, nuestra autoestima, nuestra confianza, nuestra imagen ante el círculo de amigos que compartíamos. Nunca nadie había menguado tanto en mi carácter y en mi alma hasta volverme una persona que no soy: agresiva, triste, peleada con la vida.
Perdí el control de mi misma, el daño físico que le hice como respuesta a su sistema de violencia psicológica, fue en escalada. Cada vez que lo agredía, en lugar de desfogarme, crecía en mi el pánico: ¿y si algún día me responde? ¿y si uno de estos días deja de hablar y también me pega? Era terror y más terror.
- SE ACABÓ
En un último intento (antes de matarnos), decidimos evaluar cuánto nos había afectado toda esa violencia: nos destruyó. Después de esos años, no quedaba ya nada de nuestro brillo de veinteañeros, ese que nos hacía cantar canciones cursis, dedicar serenatas y llorar con la belleza de la luna. Estábamos opacos, desconfiados, sensibles a ser lastimados por cualquier lado, con una coraza irresoluble. Decidimos mirar cada uno por sí mismo y separarnos. Me juro, hasta hoy, que fue una de las mejores decisiones de mi vida. Y seguro que también de la suya.
Yo me sentía tan fea, tan inútil, tan devastada, sin ganas de absolutamente nada. Fui un fantasma. Un fantasma que se vestía para una fiesta y al que el amanecer encontraba riendo en cualquier bar. Un fantasma que se sentía incompleto sin él, pero al mismo tiempo un fantasma que tenía menos miedo.
Durante años -como dije al principio- justifiqué todo aquello con el cuento de que es romántico que alguien se vuelva "loco" por ti, y que el amor todo lo perdona. Me fallé a mí misma, a mi crianza, y a todos mis años de psicología, por dejarme caer en ese agujero del conejo de vivir una novela mexicana de las malas. Pasaron años, incluso después de terminar, en que nos encontramos en alguna reunión, y él volvía a ser ese ser tan tierno y a la vez tan violento. Volvió a sacarme de mi paz interna, volví a golpearlo. Todo era un círculo vicioso sin fin. Era.
- ahora
Todavía no estoy reconstruida del todo pero, tantos años después, aún creo en que existe el amor por amor, sin dolor de ese tipo, sin alguien que pueda dañarte por el simple hecho de hacerte experimentar sufrimiento. Aprendí a amarme, a sentirme nuevamente linda, feliz con lo que soy, sin achacarme a mi misma la culpa por "haber estado antes con alguien más", "por ponerme ese escote".
Salí de ello. Pasé de su amor tóxico (del suyo y del de cualquiera) a una especie de cura de soledad y silencio sobre el tema. Varios casos después, mucho feminismo después, puedo decir que también fui una víctima y que felizmente pude escapar de ese ir y venir de violencia, antes que todo sea mucho peor. Porque cuando empiezas a agredir en lugar de hablar -y funciona- crees que esa es la única manera de hacer las cosas, y solo entras en un torbellino de frustraciones y violencia cada vez mayor.
Pasó todo, y lo supe cuando me enamoré de nuevo, y ante la primera falta de respeto, salí corriendo. Ahora me amo demasiado como para permitirme estar en pedacitos otra vez.
Publicado: 2017-10-03
Ahora, a los 28 años y muchos libros y experiencias después, puedo decir con orgullo que sigo deconstruyendo, día a día, los paradigmas machistas que me encuentro en el camino. No lo he logrado del todo, tal vez no llegue a hacerlo nunca, pero estoy en el camino. Ahora puedo entender algunas cosas que hace mucho no vi a través del tamiz con el que ahora lo hago. Ahora digo: "Sí. Lo acepto. Yo también fui víctima".
Escrito por
Mariana Velazco
Psicóloga. Feminista y bastante femenina.
Publicado en
La calle habla de mi
Cuando lo que observas desde la ventana de un bus, te recuerda a ti.